Cómo la meditación y la confianza ayudaron a niños difíciles

Cómo la meditación y la confianza ayudaron a niños difíciles


Por Margot Webb

 

He estado trabajando con niños “difíciles” por algunos años. Un día me decidí  a invitar a veinte alumnos a mi casa. El director y el superintendente estaban renuentes a darles permiso pero mi insistencia venció su miedo y agendamos el día de la visita.

El día señalado, un autobús escolar llevó a mi casa a veinte niños y niñas de entre 12 y 14 años de edad. Eran niños que venían de un vecindario plagado de pandillas y se dirigieron a la puerta de mi hogar.

Imagina mi sorpresa cuando vi a tres guardias acompañándolos. Mi plan era tener una conversación abierta con ellos por dos horas, comer un bocadillo, intercambiar números telefónicos y aprender algunas lecciones.

Los asistentes insistieron quedarse en mi casa por “seguridad”, pero como yo no los esperaba, las sillas no eran suficientes. Les pedí que se sentaran en la escalera.

Los niños fueron maravillosos. Sonrieron al ver que sus guardianes no tenían donde sentarse pero no empezaron con su intimidación habitual. Me presenté como un niño sobreviviente del Holocausto y les pedí que en una oración se describieran. Al principio hubo un gemido y un niño gritó:” ¡a mi nadie me escucha, ¿por qué habría de decirte quien soy en una oración?!”

Le respondí: “supongo que el día de hoy tendrás que intentarlo porque los invité aquí para poder conocerlos y que ustedes vean a sus compañeros desde otro punto de vista”.

Fue el primero en hablar de sí mismo, nos dijo que su padre había estado en prisión y que se sentía solo algunas veces. Los niños que estaban cercanos a él le dieron una palmadita en la espalda y emprendimos en una discusión que cada vez se hizo más abierta. Pasada la primer hora, les serví galletas y chocolate caliente, mientras lo disfrutaban, querían continuar con la actividad para sentir esa conexión tan fuerte entre ellos.

Hubo niños que necesitaban utilizar el baño y los guardias brincaron de sus asientos. “Es imperativo que los acompañemos si van a subir las escaleras. ¿Quién sabe de lo que son capaces?”. Algunas niñas encogieron los hombros. Esa falta de confianza era habitual para los niños.

No podía permitir que ese sentimiento de calidez parara. Les expliqué a los guardias que la casa me pertenecía y que yo confiaba en los niños. Uno de los guardias levantó la voz y exclamó: “Vas a ver cómo desaparece tu joyería”.

No había una respuesta correcta ante tan agresivo comentario y decidí quedarme en silencio. Después de que los niños se calmaran, continuó nuestra plática. Escuchamos historias de padres que les daban muchísimo amor a sus hijos, de padres que trabajaban más de doce horas al día y de que los niños tenían que tomar la decisión de unirse a una pandilla o ser atacados en la calle. Las caras de los niños estaban llenas de ánimo al platicar y escuchar a sus compañeros.

Cuando era hora de que se fueran, nos abrazamos, intercambiamos números y hubo promesas de volvernos a ver. Los guardas me asintieron al irse y fueron muy ruidosos cuando salieron a la calle. Mi casa se volvió muy tranquila de pronto.

Empecé a quedarme más y más horas en la escuela y poco a poco comencé un programa ahí. Los viernes en la tarde, terminando clases teníamos una sesión de conversación, abierto para cualquiera que quisiera participar. Nos sentábamos en el piso en un aula de usos múltiples y nos fuimos haciendo muy cercanos. Conforme pasaban los meses, los padres se fueron involucrando y llevaban a sus hijos a pequeños viajes donde podían correr y dejar que toda la energía que tenían explotara en lugares como la playa.

Un día les mencioné la meditación. Jamás lo habían escuchado. Cuando se enteraron de los beneficios que brinda la meditación, quisieron probarlo. Agregué tres horas más los viernes después de clases y esos niños problema empezaron a respirar de forma distinta; respiraban confianza, amistad y autoconocimiento.

Sigo en contacto con dos de esos estudiantes, uno de ellos es abogado y el otro es dueño de un restaurante.

 

Por Margot Webb – Maestra y experta en meditación. Aprendió a meditar en la India. Coordinadora de integración en una escuela dentro de una gran ciudad, trabajaba con niños que cargaban con fuertes problemas personales. A sus 90 años disfruta de la música y de cálidas amistades gracias a su práctica de meditación.

 

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